Alaíde Foppa: Poesia, Feminismo e Revolução | Cultura Espanhola
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Alaíde Foppa: Poesia, Feminismo e Revolução

Filha de mãe guatemalteca e de pai argentino, Alaíde foi poeta, crítica de arte, professora, tradutora e ativista feminista. Nascida em Barcelona em 1914, passou sua infância na Argentina e parte da sua juventude na Itália onde cursou história da arte e literatura. Na década de 40 passou a viver na Guatemala, onde teve seu primeiro filho com o então presidente Juan José Arévalo e se dedicou ao magistério de literatura e italiano na Faculdade de Humanidades da Universidade de San Carlos.

Alaíde parte em exílio para o México e se torna professora da UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), onde oferece o primeiro curso de sociologia ministrado para mulheres na América Latina. Se casa com o guatemalteca Alfonso Solorzano com quem tem mais dois filhos. Alaíde então escreve a maior parte da sua obra e nesse mesmo período se torna co-fundadora da revista FEM, o primeiro jornal feminista da américa latina. Produz mais de 400 programas de rádio no “foro de mujeres”. Publica também as poesias de “Las palabras y el tempo, “La sin ventura”, “Elogio de mi cuerpo”, “Los dedos de mi mano”, “Auque es de noche” e “Guirnalda de primavera”.

No dia 19 de dezembro de 1980 pouco antes de completar 67 anos, Alaíde é sequestrada e desaparece sem deixar rastros enquanto visitava sua família e renovava seu visto na Guatemala. Não se sabe ao certo o que aconteceu com ela, mas supõe-se que tenha sido assassinada a mando do governo do general Fernando Romeo Lucas Garcia, o então presidente da Guatemala, que não estava de acordo com seu posicionamento político.

 

Ciclo de Poemas: “Elogio de mi cuerpo”

por Alaíde Foppa

 

Los ojos

Mínimos lagos tranquilos 
donde tiembla la chispa 
de mis pupilas 
y cabe todo 
el esplendor del día. 
Límpidos espejos 
que enciende la alegría 
de los colores. 
Ventanas abiertas 
ante el lento paisaje 
del tiempo. 
Lagos de lágrimas nutridos 
y de remotos naufragios. 
Nocturnos lagos dormidos 
habitados por los sueños, 
aún fulgurantes 
bajo los párpados cerrados.

Las cejas

Las breves alas 
tendidas sobre mis párpados 
sólo abrigan 
el espacio escaso 
en el que flota 
una interrogación latente, 
al que asoma 
un permanente asombro.

 

La nariz

Casi un apéndice 
en la serena geometría 
de mi rostro, 
única recta 
en la gama de curvas suaves, 
el sutil instrumento 
que me une al aire. 
Cándidos olores 
acres aromas 
densas fragancias 
de flores y de especias 
-desde el anís hasta el jazmín- 
aspira trepidante 
mi nariz.

 

La boca

Entre labio y labio 
cuánta dulzura guarda 
mi boca abierta al beso, 
estuche en que los dientes 
muerden vívidos frutos, 
cuenca que se llena 
de jugos intensos 
de ágiles vinos 
de agua fresca, 
donde la lengua 
leve serpiente de delicias 
blandamente ondula, 
y se anida el milagro 
de la palabra.

 

Las orejas

Como dos hojas 
de un árbol ajeno 
nacen a los lados 
de mi cabeza. 
Por el tallo escondido 
se desliza 
la opulencia 
de los sonidos, 
me alcanzan 
las vivas voces 
que me llaman.

 

El pelo

Dulce enredadera serpentina, 
única vegetación 
en la tierra tierna de mi cuerpo, 
hierba fina 
que sigue creciendo 
sensible a la primavera, 
ala de sombra 
contra mi sien, 
leve abrigo sobre la nuca. 
Para mi nostalgia de ave 
mi penacho de plumas.

 

Las manos

Las manos 
débiles, inciertas, 
parecen 
vanos objetos 
para el brillo de los anillos, 
sólo las llena 
lo perdido, 
se tienden al árbol 
que no alcanzan, 
pero me dan el agua 
de la mañana, 
y hasta el rosado 
retoño de mis uñas 
llega el latido.

 

Los pies

Ya que no tengo alas, 
me bastan 
mis pies que danzan 
y que no acaban 
de recorrer el mundo. 
Por praderas en flor 
corrió mi pie ligero, 
dejó su huella 
en la húmeda arena, 
buscó perdidos senderos, 
holló las duras aceras 
de las ciudades 
y sube por escaleras 
que no sabe a donde llegan.

 

Los senos

Son dos plácidas colinas 
que apenas mece mi aliento, 
son dos frutos delicados 
de pálidas venaduras, 
fueron dos copas llenas 
próvidas y nutricias 
en la plena estación 
y siguen alimentando 
dos flores en botón.

 

La cintura

Es el puente cimbreante 
que reune 
dos mitades diferentes, 
es el tallo flexible 
que mantiene 
el torso erguido, 
inclina mi pecho 
rendido 
y gobierna el muelle 
oscilar de la cadera. 
Agradecida 
adorno mi cintura 
con un lazo de seda.

 

El sexo

Oculta rosa palpitante 
en el oscuro surco, 
pozo de estremecida alegría 
que incendia en un instante 
el turbio curso de mi vida, 
secreto siempre inviolado, 
fecunda herida.

 

La piel

Es tan frágil la trama 
que la rasga una espina, 
tan vulnerable 
que la quema el sol, 
tan susceptible 
que la eriza el frío. 
Pero también percibe 
mi piel delgada 
la dulce gama 
de las caricias, 
y mi cuerpo sin ella 
sería una llaga desnuda.

 

Los huesos

Alabo 
el tibio ropaje 
la apariencia 
el fugitivo semblante. 
Y casi olvido 
la obediente armazón 
que me sostiene, 
el maniquí ingenioso, 
el ágil esqueleto 
que me lleva.

 

El corazón

Dicen que es del tamaño 
de mi puño cerrado. 
Pequeño, entonces, 
pero basta 
para poner en marcha 
todo esto. 
Es un obrero 
que trabaja bien, 
aunque anhele el descanso, 
y es un prisionero 
que espera vagamente 
escaparse.

 

Las venas

La floración azulada 
de las venas 
dibuja laberintos 
misteriosos 
bajo la cera de mi piel. 
Tenue hidrografía 
apenas aparente, 
ágiles cauces que conducen 
deseos y venenos 
y entrañable alimento.

 

La sangre

Secreto corre el torrente 
de mi sangre rápida. 
Inmenso es el río 
que en subterráneos meandros 
madura 
y nutre el ámbito 
de mi vida profunda. 
La cálida corriente 
que me inunda 
en la flor de la herida 
se derrama.

 

El sueño

En tan blando nido 
mi corazón descansa, 
ni lo asombran 
los perdidos fantasmas 
que se asoman. 
Pasa por mi sueño 
la ola calma 
de mi respiro. 
En tanto olvido 
el tiempo de mañana 
se prepara, 
mientras estoy viviendo 
efímera muerte.

 

El aliento

No se de donde viene 
el viento que me lleva, 
el suspiro que me consuela, 
el aire que acompasadamente 
mueve mi pecho 
y alienta 
mi invisible vuelo. 
Yo soy apenas 
la planta que se estremece 
por la brisa, 
el sumiso instrumento, 
la grácil flauta 
que resuena 
por un soplo de viento.

Vagner Rodrigues
Vagner Rodrigues